Parafraseando a Vetusta Morla: El valor para marcharse, el miedo a llegar. Un sendero infinito a la vista, para recorrerlo o no.
Érase una pasada primavera cuando los estudiantes de mi promoción ya empezábamos a preparar la celebración del ‘paso del ecuador’, el satisfactorio paso de primer a segundo ciclo, aun estando navegando vagamente hacia el paso de primer a segundo curso. Lamentablemente, diecinueve futuros periodistas no estarían presentes en aquella anticipada fiesta de fin de ciclo. No por no aprobar suficientes créditos y no querer salir, algo muy improbable tanto por la primera como por la segunda premisa. Lo que pasó fue que una apreciada compañera de clase ganó un concurso de viaje de fin de curso, organizado por el Carnet Jove. Un viaje de una semana a Túnez para veinte personas, con hotel, billetes de avión y seguro de viaje pagado.
Viajar por viajar está bien, pero viajar gratis está de puta madre (perdonad la expresión). Así que yo acepté la invitación ipso facto. Además, el concurso era un proyecto para promover y motivar la movilidad entre los jóvenes y promocionar el turismo cultural entre éstos. Por este motivo, sumado a nuestra naturaleza de intrépido periodismo, fuimos todos con el óptimo equipo de turismo cultural concienciado: mochila, víveres, mapas y todo tipo de material…………..(ahora es el momento de ‘echarse unas risas’). En realidad, íbamos con el típico equipo de turismo cultural: maleta repleta, bañadores de sobra, gafas de sol y crema solar, mucha crema solar.
Llegamos a nuestro destino: Marina d’Or, ciudad de vacaciones. Que por lo visto en Túnez lo llaman Port El Kantaoui. Comíamos pizza, bebíamos agua (embotellada, claro), nos bañábamos en la gran piscina del hotel y contemplábamos anonadados las piedras de plástico que daban la bienvenida al parque temático del sitio, turístico al 100%. Era algo así como un apartado de Port Aventura dedicado a Túnez, como los hay de Indonesia y demás. Eso sí, fuimos también de paseo por Sousa y visitamos los lugares más concurridos e incluso comimos auténticos kebab autóctonos y alguno de nosotros compró alguna pobre tortuguita en el mercado local. Allí regateamos todos hasta la saciedad, divirtiéndonos con los paisanos debido a sus bromas y comentarios varios. Era notorio que a ellos les gustaban las mujeres de aquí, como mínimo las doce chicas de nuestra expedición. También era curioso que encontráramos más aficionados del Barça que en el Camp Nou, así como los guiños que nos hacían hablando de Pocholo, Carmen de Mairena y otros pintorescos personajes de la élite intelectual española.
Siguiendo con nuestro plan de vacaciones, aún con muchas ganas de conocer el lugar y sus lugareños, cogimos el pack completo de excursiones. En gran parte, fue debido a que habíamos gastado poco, aunque nuestra decisión final también se vio influenciada por la excelente explicación del itinerario por parte del que sería nuestro futuro guía. Así visitamos buena parte de los sitios de interés del país y conocimos varias anécdotas e historias de Túnez. Ruinas, museos, palacios del casi divinizado presidente, paisajes maravillosos e incluso dimos un voltio con unos simpáticos camellos de una sola joroba, también llamados dromedarios.
Me llamó especialmente la atención el visitar una “auténtica casa de los bereberes”, habitada por unos figurantes que en principio eran los bereberes. Imaginaros la Casa Batlló de Barcelona habitada por unos peculiares inquilinos en plan modernista. Así era la casa de los bereberes: Una auténtica casa berebere; con habitantes en plan berebere.
Sin embargo, fueron unas espléndidas vacaciones y redactando esto me doy cuenta de que aprendí más de lo que pensaba y que me gustó más de lo que recordaba. Esto es la grandeza de los viajes. Empiezas pensando que podría haber sido mejor y que el itinerario fue tan turístico que llegaba al punto de rozar la falsedad, pero terminas dándote cuenta de que cada momento fue impagable y, en definitiva, una gran experiencia cultural y ociosa a la vez. La morriña invade a uno al recordar esa mágica sensación de partir aunque sólo sea una semana, y recordar los buenos momentos como si fueran ayer. El extraordinario paisaje de desierto, bosque y agua contemplado des de una montaña al lado de un precioso oasis, las aguas cristalinas, etc. Pero sobre todo, la buena compañía. Viajar por viajar está bien, pero aún mejor es recordar cada momento del viaje junto a tus amigos y compañeros de viaje. Es más, ahora incluso pagaría los billetes y el hotel para repetir tal experiencia.
Para acabar, una foto al típico estilo “Yo he estado allí”:
Érase una pasada primavera cuando los estudiantes de mi promoción ya empezábamos a preparar la celebración del ‘paso del ecuador’, el satisfactorio paso de primer a segundo ciclo, aun estando navegando vagamente hacia el paso de primer a segundo curso. Lamentablemente, diecinueve futuros periodistas no estarían presentes en aquella anticipada fiesta de fin de ciclo. No por no aprobar suficientes créditos y no querer salir, algo muy improbable tanto por la primera como por la segunda premisa. Lo que pasó fue que una apreciada compañera de clase ganó un concurso de viaje de fin de curso, organizado por el Carnet Jove. Un viaje de una semana a Túnez para veinte personas, con hotel, billetes de avión y seguro de viaje pagado.
Viajar por viajar está bien, pero viajar gratis está de puta madre (perdonad la expresión). Así que yo acepté la invitación ipso facto. Además, el concurso era un proyecto para promover y motivar la movilidad entre los jóvenes y promocionar el turismo cultural entre éstos. Por este motivo, sumado a nuestra naturaleza de intrépido periodismo, fuimos todos con el óptimo equipo de turismo cultural concienciado: mochila, víveres, mapas y todo tipo de material…………..(ahora es el momento de ‘echarse unas risas’). En realidad, íbamos con el típico equipo de turismo cultural: maleta repleta, bañadores de sobra, gafas de sol y crema solar, mucha crema solar.
Llegamos a nuestro destino: Marina d’Or, ciudad de vacaciones. Que por lo visto en Túnez lo llaman Port El Kantaoui. Comíamos pizza, bebíamos agua (embotellada, claro), nos bañábamos en la gran piscina del hotel y contemplábamos anonadados las piedras de plástico que daban la bienvenida al parque temático del sitio, turístico al 100%. Era algo así como un apartado de Port Aventura dedicado a Túnez, como los hay de Indonesia y demás. Eso sí, fuimos también de paseo por Sousa y visitamos los lugares más concurridos e incluso comimos auténticos kebab autóctonos y alguno de nosotros compró alguna pobre tortuguita en el mercado local. Allí regateamos todos hasta la saciedad, divirtiéndonos con los paisanos debido a sus bromas y comentarios varios. Era notorio que a ellos les gustaban las mujeres de aquí, como mínimo las doce chicas de nuestra expedición. También era curioso que encontráramos más aficionados del Barça que en el Camp Nou, así como los guiños que nos hacían hablando de Pocholo, Carmen de Mairena y otros pintorescos personajes de la élite intelectual española.
Siguiendo con nuestro plan de vacaciones, aún con muchas ganas de conocer el lugar y sus lugareños, cogimos el pack completo de excursiones. En gran parte, fue debido a que habíamos gastado poco, aunque nuestra decisión final también se vio influenciada por la excelente explicación del itinerario por parte del que sería nuestro futuro guía. Así visitamos buena parte de los sitios de interés del país y conocimos varias anécdotas e historias de Túnez. Ruinas, museos, palacios del casi divinizado presidente, paisajes maravillosos e incluso dimos un voltio con unos simpáticos camellos de una sola joroba, también llamados dromedarios.
Me llamó especialmente la atención el visitar una “auténtica casa de los bereberes”, habitada por unos figurantes que en principio eran los bereberes. Imaginaros la Casa Batlló de Barcelona habitada por unos peculiares inquilinos en plan modernista. Así era la casa de los bereberes: Una auténtica casa berebere; con habitantes en plan berebere.
Sin embargo, fueron unas espléndidas vacaciones y redactando esto me doy cuenta de que aprendí más de lo que pensaba y que me gustó más de lo que recordaba. Esto es la grandeza de los viajes. Empiezas pensando que podría haber sido mejor y que el itinerario fue tan turístico que llegaba al punto de rozar la falsedad, pero terminas dándote cuenta de que cada momento fue impagable y, en definitiva, una gran experiencia cultural y ociosa a la vez. La morriña invade a uno al recordar esa mágica sensación de partir aunque sólo sea una semana, y recordar los buenos momentos como si fueran ayer. El extraordinario paisaje de desierto, bosque y agua contemplado des de una montaña al lado de un precioso oasis, las aguas cristalinas, etc. Pero sobre todo, la buena compañía. Viajar por viajar está bien, pero aún mejor es recordar cada momento del viaje junto a tus amigos y compañeros de viaje. Es más, ahora incluso pagaría los billetes y el hotel para repetir tal experiencia.
Para acabar, una foto al típico estilo “Yo he estado allí”:
Que graaande, Oriol!! jajaja
ResponderEliminarÉs possible que ja el tinguem una mica mitificat, però aquell viatge va estar realment bé i tots junts ens ho vam passar de puta mare :)
Apa crak!
Aquest pseudoafro que portes també el vas regatejar per allà?
ResponderEliminarQuina passada de viatge cultural ;)
ceeert.
ResponderEliminarviatjar és, amb diferència, una de les coses més enriquidores a nivell personal i social !
i tuníssia n'és un clar exemple :)